Los hijos no se "pierden" en la calle. Se pierden dentro de casa
La triste realidad es que los hijos se “pierden” poco a poco en su propio hogar, cuando sus padres están siempre ausentes o demasiado ocupados para dedicarles su atención. Así se desarraigan de su familia y sienten cada vez menos amor por esas personas que no los supieron educar ni orientar.
Desde luego, siempre hay excepciones. Obviamente están los niños niños que han perdido el rumbo aún formando parte de buenas familias y hogares armoniosos, y jóvenes que han podido salir adelante aún de hogares donde no eran queridos. Nada es determinante, aunque crecer en un buen o mal hogar puede condicionar nuestras vidas.
Pero cuando los niños extravían su rumbo, muchas veces es reflejo de las actitudes de sus padres, si ellos mismos no acaban por conciliar sus responsabilidades como tales, derivan su rol a otros, como la escuela, asumiendo que además de la instrucción, los maestros deben educar a sus hijos en valores y como persona.
Si un maestro lo hace en alguna medida, es un extra, pero al fin y al cabo, no es su rol el de ser padre. Y si bien en una sociedad todos somos responsables con nuestro ejemplo hacia la educación de los pequeños, el papel de sus padres es irremplazable.
Es cuestión de poner sobre la mesa la importancia de esa responsabilidad, no de caer en el pesimismo. Porque el apoyo de un terapeuta jamás reemplazará a un buen entorno familiar. Y si un niño no se siente aceptado en su familia, buscará esa aceptación en otros, y no siempre serán buenas compañías.
Y cuando los padres no colaboran, o peor, cuando desautorizan a los profesionales, al maestro o al psicólogo, negando el problema o adjudicándolo a la institución o al sistema, solo se conseguirá que su hijo siga perdido. O peor aún, el niño se sentirá avalado a desafiar a toda autoridad mientras busca en la calle lo que no encuentra en casa ni en la escuela.
Padres ocupados y niños difíciles
Todos conocemos más de un caso de esos niños difíciles y demandantes que se comportan como si los demás no existieran. Pero esto no es nada nuevo, y ni es culpa de la internet, ni los videojuegos ni el sistema educativo.
Los niños evidencian las mismas actitudes y necesidades de siempre, solo que en un contexto actual. Y por eso no se los debe señalar como responsable de buenas a primeras.
Las responsabilidades serán de los adultos, sean estos los padres, los educadores, o profesionales de la salud. Y lo más importante a tener en cuenta es que los niños son el presente y el futuro del mundo, todo tarde o temprano dependerá de ellos, pero primero que nada, son hijos de sus padres.
La auténtica educación
Si un maestro advierte a una madre o a un padre por la mala conducta de un niño, suelen reaccionar como si se cuestionara el amor que sienten por sus hijos. Esto no es así. El problema es que en ocasiones ese amor se proyecta de modo equivocado.
Amar a tu hijo no es complacer todos sus caprichos, no es permitirle todas las libertades sin límites a su conducta.
El verdadero amor es ser su guía mientras crece, mientras asume responsabilidad por sí mismo y sus actos. Enseñarle a manejar sus frustraciones por esos límites necesarios que deben aceptar en ocasiones.
Una educación de calidad necesita de paciencia y constancia para manejar sus emociones. Un niño que no sabe comportarse, no comenzará a hacerlo porque se le grite o se lo mande a la habitación. Necesita y agradece ser atendido con palabras, con estímulos, respuestas a sus inquietudes, y sobre todo con buenos ejemplos.
Tampoco olvidemos que, aunque muchos padres están obligados a pasar largas jornadas de trabajo que dejan poco tiempo para la vida familiar, lo que en verdad importa no es la cantidad de tiempo sino pasar tiempo de calidad con ellos.
Los padres que conocen a sus hijos saben de sus necesidades y están presentes para guiarlos a que puedan crecer y cumplir sus sueños. Esos padres dejan huella en sus hijos y también raíces, lo que evita que busquen esa guía en la calle y se pierdan lejos de su hogar.
FUENTE: La mente es maravillosa