Por: P. Sánchez.
El día que lo capturé juro, que fue sin duda el mejor día de mi vida. El torturarlo, la mejor parte.
Salí de mi trabajo unas horas más tarde de lo normal. Soy papá viudo. Tengo una hija pequeña de cuatro años la cual pido a la anciana vecina que la cuide y le pago algunos dólares.
A unos cuantos metros de llegar a casa, un escalofrío extraño invadió mi cuerpo, de esas veces que la piel se te pone de gallina. Creí que era alguna corriente de aire, pero el clima era cálido.
Proseguí a continuar mi camino a casa, al llegar, abrí la cerca vieja del jardín, subí los dos escalones que dan a la puerta de mi vieja casa, estaba entre abierta. No hice ruido alguno.
La señora Maryan no se encontraba en casa, algo no andaba bien.
Recorrí la sala con cautela, la cocina, pero no había nadie.
Un extraño ruido provenía del sótano, bajé sin hacer ningún sonido y allí estaba el maldito nieto retrasado de la señora Maryan, haciéndole daño a mi pequeña. Estaba abusando de ella.
Mi hija estaba panza abajo, con la mano del maldito cubriendo la boca de mi bebé.
Fue cuestión de dos segundos en esa maldita escena que hizo que perdurara para siempre en mi memoria.
Su cuerpo encima del de mi hija de cuatro años. Maldito bastardo.
No tardé ni un segundo más en irme sobre él, capturarlo y golpearlo hasta dejarlo inconsciente.
Mi hija pequeña solo lloraba. Papá, papi, papito. Lloraba mi pequeñita. Mi pequeño ángel. Mi adoración más grande había sido tocada por ese bastardo.
La abracé con fuerza y lloré en esa media hora que el retrasado estuvo inconsciente, abrazando a mi pequeña Dyan.
Más tranquila y de tanto llorar, mi pequeña se quedó dormida.
Al retrasado, lo amarré, cubrí su boca con cinta adhesiva y cubrí su rostro con una sábanas para que no hiciera ruido.
Curé a mi hija con el botiquín que estaba en el baño, tenía mordidas, tenía golpes en sus piernitas, y un chichón en la cabeza.
Dyan no decía palabra alguna. A pesar de yo no ser el culpable, me tenía miedo. La abrazaba con fuerza y le prometí que nada ni nadie jamás le haría daño.
Esa misma noche, la señora Maryan fue a casa, a buscar a su nieto retrasado. Lo había mandado a mi casa a hecharle un vistazo a Dyan, mientras ella iba por sus medicamentos para la vejez. Pero ya no volvió, eso me dijo.
Kevin era el nieto retrasado de la señora Maryan, jugaba en ocasiones con Dyan. Así que la anciana no le vio problema con dejarlo unos momentos con mi hija.
Le comenté que había salido ya desde varias horas y que en casa no estaba. Había salido con rumbo al callejón de street park. Uno de los barrios más peligrosos.
También le comenté que en mi trabajo me habían cambiado de turno, y que ya no eran requeridos sus servicios a lo cual le agradecí mucho.
Mientras Dyan dormía, bajé al sótano y ví cara a cara al maldito bastardo retrasado.
Lloraba con la boca cubierta por la cinta adhesiva, déjame ir yo no hice nada déjame ir, quiero ir con la abuela. Me decía llorando.
Tenía dos opciones: entregarlo a la policía y dejar que la justicia hiciera lo suyo, quizá redimirlo por ser un retrasado o no contento con ello, darle una condena menor. O, hacer justicia por mi propia mano. Opté por la segunda opción.
A pesar de sus súplicas , mismas que no hice caso, ahora era mi turno de vengarme. De torturarlo de la misma manera que torturó a mi pequeña.
Volví a cubrir su boca con la cinta adhesiva y comenzó la pesadilla para el retrasado.
Puse una de sus manos sobre el piso, y dedo a dedo los quebré con ayuda de un martillo. Podía escuchar el crujir de sus huesos al quebrarse con el impacto del martillo.
Cada grito de parte de ese imbécil fue un coro celestial para mí. Me hacía pensar en cada grito que mi hija quería dar para pedir ayuda, y que no pudo porque el maldito le había cubierto la boca.
Después de romper los dedos de la mano izquierda, continuaron los de la mano derecha. El mismo crugir de cada hueso me recordaba cada golpe, incluso las mordidas que tenía mi pequeña. Este maldito realmente no estaba tan retrasado como para hacerle tanto daño a una niña de cuatro años.
Después de las manos, lo colgué de una polea que tenía en el sótano, la cual usaba para cargar un costal de box,
Lo golpeé hasta cansarme, pero aún no era suficiente. Ya sus costillas se sentían rotas.
Su voz pedía clemencia y se escuchaba llorando bajo esa cinta adhesiva. Conecté un cable de corriente a una batería que tenía guardada. Mojé al tipo de los pulgares del pié, y puse las pincillas de la conección. Podía ver cómo su cuerpo temblaba. Te dije que pagarías lo que le hiciste a mi hija, maldito bastardo!
Al ver qué ya no reaccionaba pero seguía vivo, opté por cubrirlo. Llevarlo al auto viejo que casi no saco de la casa, meterlo en la cajuela y llevarlo a los barrios de street park.
Lo bajé al llegar. Lo dejé tirado al lado del contenedor metálico de basura, bajé de sus pantalones, y con las tijeras del jardín lo castré, lo dejé amordazado para que no emitiera sonido alguno y lo vi morirse desagrado lentamente.
No satisfecho con ello, lo metí a un contenedor metálico, puse gasolina y le prendí fuego. Junto con los guantes de cocina que había usado para torturarlo, junto con la camisa que yo tenía puesta y la ropa casi entera.
Al llegar a casa, desinfecte por toda la noche cada parte de la casa, desde la entrada hasta el sótano, podría decirse que esa noche no dormí. Pero era por seguridad. El piso lo limpié con cloro, la cocina, todo con cloro. El sótano lo lave perfectamente y dejé todo en su lugar
Nada había pasado en la casa. A excepción del daño que aún tenía mi hija. Dormí la mayor parte del día con ella.
Hasta que por la tarde del día siguiente acudió la policía a preguntar por el tipo, los pasé a la casa, les ofrecí un trago o un café, hicieron algunas preguntas pero no encontraron nada extraño.
Días después encontraron su cuerpo comido por las ratas en el contenedor de basura, ya quemado y castrado. La señora Maryan sufrió mucho al saber la noticia de su único nieto que era retrasado porque su hija lo había abandonado.
Era triste la historia de ese chico, tan solo tenía 18 años, pero más triste fue la historia que cambió la vida de mi hija.
Dyan, con el paso de los días fue olvidando lo sucedido yo me encargué y me esforcé por ganarme de nuevo su confianza, fuimos a la playa en verano, la llevé a casa de mi mamá, con los abuelos en Ohio, y disfrutó mucho subir a caballo.
Verla sonreír era la mejor parte de mi vida.
Cualquier padre haría todo por ver feliz a su hija, a su pequeñita de cuatro años, aún si se tratara de torturar a alguien que le hizo daño.
Jamás me permitiré que nadie, absolutamente nadie le haga ningún tipo de daño. De ser así, volverá la tortura.
Basado en hechos reales, a Michael, padre de la pequeña Dyan, lo tomaron preso tres meses después de la investigación puesto que encontraron cabellos en el sótano con partículas de sangre. Lo que comprobó que fue él quien lo asesinó a sangre fría. Puesto a su delito le dieron pena de muerte por homicidio de primera intención a un joven con discapacidad mental. Esto por el tribunal de justicia de Chicago.
Antes de morir dijo «no me arrepiento de lo que hice, quizá la justicia humana sea una porquería y no se emplee como deba de ser, por eso decidí hacer justicia por mano propia. Y antes de que me den muerte quiero decir que lo volvería a hacer si se tratase de sentir que hice lo correcto por defender a mi hija.»
Su hija actualmente vive en el rancho de sus abuelos. Padres de Michael.
En una entrevista menciona que recuerda poco sobre el abuso, pero que no culpa a su padre por tratar de defenderla. Cualquier padre haría lo que papá hizo. Para mí es mi héroe y aunque quizá no debió de matar a un hombre para hacer justicia, creo que cualquier padre si estuviera en la misma situación lo hubiera hecho. Por eso no puedo juzgar a papá.